miércoles, octubre 16, 2013

Nuevo destino, nuevos retos, o la vida glamorosa de las expatriadas.





Aeropuertos, maletas, búsqueda de la casa ideal, cenas, almuerzos, encuentros... esa es la única parte de la supuesta "vida glamorosa" de las mujeres expatriadas que vemos desde el exterior, desde esa vida que llevamos tan tranquila y aburrida, comparada con la de "ellas" segun nuestra óptica... Pues habrá que ir al oftalmólogo señores, para ver con otros ojos a estas valientes mujeres sin raíces, pero con alas...
Empezando porque la expatriación no es algo que se escoje, ni se busca... simplemente se asume y se acepta como una forma de vida. Y que una vez arriba del avión que conduce al nuevo destino, se sabe que no hay que mirar atrás, solo hacia adelante, respirando profundo, tratando de despejar la mente para dar cabida a todo lo que se avecina.
Quizá merece en este momento establecer la diferencia entre inmigrante y expatriado... El primero, es aquel que deja su país para echar raíces en otro, tal vez con la esperanza de volver algun día a su tierra natal, pero con la convicción de establecerse y encontrar su zona de confort de manera definitiva. En cambio, los expatriados, saben que su estadía no durará más de tres años, con una dinámica familiar transcultural, donde "la empresa" es la que decide, a dónde y cuándo hay que partir. Referente a esta comparación, leí en estos días en las redes sociales, una amiga expatriada que se comparaba con los gitanos, o como se les llama en Francia, "le gens de Voyage" (la gente de viaje, o Los Viajeros), pues a pesar de la drástica diferencia cultural, en realidad ella no estaba tan equivocada.
Ahora bien, imaginemos que "la carta" llegó. Esa carta tan temida pero a veces tan esperada, esa carta a la que me refiero es la notificación por parte de la "empresa" que informa sobre la nueva expatriación. Como yo lo llamo en uno de los talleres que dirijo como Coach para mujeres expatriadas: "Nuevo destino, nuevos retos". Un destino donde se llevarán todas las posesiones materiales como muebles y enseres, pero también los recuerdos, las vivencias, los conocimientos. Un nuevo reto como es el de aprender el idioma, de lo contrario el aislamiento es la consecuencia con todo lo que ella conlleva. Aprender de la cultura, las costumbres. La mujer expatriada posee un espíritu curioso por naturaleza (y si no, lo desarrolla de manera drástica) para descubrir su nuevo entorno, encontrarse a sí misma en esa nueva vida, establecer los espacios para su familia (colegios, casa, supermercados, distracciones, etc).
De acuerdo a estudios sociológicos realizados en torno a las familias expatriadas, se ha determinado que el éxito de dicha expatriación radica esencialmente en la mujer, ya que ella es quien proporcionará el soporte emocional, estabilidad y dirección que necesitan su esposo e hijos para soportar la transición y el estrés que ello conlleva, dejando de lado muchas de ellas, su éxito profesional o sus sueños personales en función de su familia, pero que sin embargo, se sentirán recompensadas infinitamente al ver los logros de su pareja y la evolución de sus hijos. En pocas palabras, Estas mujeres son la clave de una familia productiva y adaptada a su entorno. Se puede decir que las mujeres expatriadas poseen una inteligencia emocional sumamente elevada, su resiliencia es evidente y su altruismo sin mesura. La mujer expatriada conoce lo que es el desapego en el buen sentido de la palabra, pero al mismo tiempo es capaz de establecer lazos afectivos intensos, inolvidables.
A pesar de formar parte de este grupo social de expatriados, he preferido referirme siempre en tercera persona para escribir mi post. Hay tanto que decir sobre este tema, tanta mi admiración por estas mujeres y tan variadas las experiencias que he aprendido de cada una de ellas, que enfocarlo bajo mi óptica personal únicamente, no sería justo, puesto que cada palabra que he escrito, de alguna forma son la reproducción de lo que ellas me han transmitido. Y no es sino gracias a ellas que éste es solamente el comienzo de una hermosa aventura literaria, motivándome a escribir sus experiencias individuales para que sirvan de sustento y apoyo a todas aquellas que comienzan a preparar sus maletas, a un nuevo destino, con nuevos retos.
por esto, la próxima vez que pienses que quisieras llevar la vida glamorosa de las mujeres expatriadas, te sugiero que la mires a los ojos, y verás en lo profundo, una mezcla de añoranza por lo dejado, de fuerza para enfrentar el futuro y la sabiduría de los kilómetros recorridos... y los que faltan...

sábado, agosto 10, 2013

Velorio de pueblo.


Ya había olvidado cómo eran los velorios en los pueblos venezolanos y ayer las imágenes fueron tan obvias, que todo volvió a mi memoria, así, de un solo golpe.

Al lado de mi edificio hay una casita humilde, limpiecita como las casas de los pobres en mi país; imposible obviarla ya que siempre, desde que estoy aquí, forma parte de mi paisaje cotidiano cada vez que me asomo a la ventana para tomar un poco de aire a cuarenta grados de temperatura y así evitar que la climatización me entuma los huesos como si estuviera en pleno invierno francés, pero con camiseta de manga corta.

Esta casa que menciono, es de esas viviendas de techo de zinc que calienta como horno, con su típico perro de tamaño mediano, amarillo y de raza desconocida y asimétrica, de patas cortas, cuerpo largo y gordo, ladrando a cada transeúnte que pasa. Sus matas de mango cargaditas en el mes de agosto, su segunda cargada del año y que cada mañana me vienen los antojos de tocarles la puerta para que me dejen montarme en sus ramas y comerme uno, sin bajar del árbol, así como cuando era pequeña. La verdad, eran los mejores mangos que he comido, así, bien calientitos y olorosos. Nunca pueden faltar las iguanas que se pasean de rama en rama y como olvidar los pajaritos, esos mismos que vienen cada mañana a mi ventana creyéndose dueños absolutos de la cornisa, sin saber los pobres incautos que detrás de ese vidrio como espejo, hay alguien disfrutando de su belleza y su canto. Pero en ocasiones es su trampa, y se estrellan contra ellas cayendo aturdidos en el estacionamiento y a veces hasta muertos.


Pero hoy el perro no ladra, lo guardaron yo no se dónde para que no moleste a la visita, esa visita que viene mirando a ver quien lleva una bandeja con café o consomé para acompañar al difunto. Y no para de llegar gente, se abrazan, sacan un pañuelo para secarse las lágrimas, ese mismo que usan para secarse el sudor de los cuarenta grados que  hacen y quizá por eso, nadie se mueve de su silla, se quedan tranquilitos para no transpirar, como las iguanas que observan desde los árboles. Y yo me pregunto si ellas también están tristes?
Creo que el finado era alguien muy conocido en el pueblo e incluso me atrevo a decir muy querido, lo deduzco por la cantidad de gente que ha venido al velorio; ya los vehículos no caben en toda la cuadra y sigue llegando gente.

Mientras tanto, y desde mi ventana yo oigo como transcurre la tarde en la casita humilde, en el velorio de pueblo.

En un rincón del amplio patio hay los que nunca faltan, los contadores de chistes, aquellos que se ríen bajito pero que todo el mundo los oye. Siempre he querido pensar que es una conducta inducida por el nerviosismo de enfrentar a la muerte, o quizá al muerto. Alguien se acerca a un vehículo estacionado y se "recarga" el vaso con alguna bebida espirituosa, no sin antes y como es costumbre, invitar al muerto a echarse un traguito con el gesto simbólico de un chorrito en el piso y la respectiva señal de la cruz.

Por otro lado andan los familiares que no se veían hace dos o tres generaciones, pero que sin embargo viven en el mismo pueblo, a cinco cuadras. hay reconciliaciones, remembranzas y promesas de verse más seguido... o al menos hasta el próximo bautizo, matrimonio o como hoy, un funeral...

Llega una vecina piadosa con otra cafetera porque la que hay no se da abasto, debe haber más de cien personas entrando y saliendo. La verdad es todo un acontecimiento social. Hay los que se quedan todo el día, hay quienes sólo pasan por una hora, pero el flujo de gente continúa sin cesar. Llega la tarde y el cielo se comienza a encender lentamente, amarillo, rojo, anaranjado, con un sol redondito, ese atardecer magnífico de este pueblo, hoy más hermoso que nunca, quizá en señal de despedida a ese que ya no está.

Al día siguiente se vuelve a llenar la casa de gente desde muy temprano, aunque en realidad no se si en algún momento se fueron, y como a mediodía, cuando hace más calor, entonces llega la carroza a buscar a su viajero... con él, se va la visita y la casita humilde se queda sola y silenciosa,  hasta dentro de unos días más, cuando se olvide todo el trajín de consomés, abrazos, pañuelos sudorosos y llenos de lágrimas... ya el perro está suelto, ya no hay visita, ya el que estaba, se fue, pero la tristeza queda.